En la actualidad, la sensibilidad social hace que la expresión más correcta a la hora de referirse
a las instituciones para adultos mayores sea la de residencia de ancianos o residencia de
personas mayores. En esta elección, como en tantos otros términos de contenido social, pesa
sobremanera el pasado, la historia.
Los asilos, como los orfelinatos y los manicomios, nos hablan de una
época siniestra donde se escondía todo lo que no era considerable ver por las personas decentes.
Así como en los orfelinatos se escondían a los nacidos no reconocidos, para así purgar el delito de
no tener padres, o en los manicomios se sepultaban de por vida a los pobres seres que perdían la
cabeza, como criaturas del Demonio, de la misma forma abyecta en los asilos se encerraba hasta la
muerte a los miserables viejos, cuyo única culpa era tener muchos años. Así de triste era el mundo
de nuestros antepasados. Hasta que llegó la luz de la ciencia y, con ella, se iluminaron aquellos
antros inmundos para descubrir que los despojos de la humanidad eran unos entrañables seres
que nos habían dado la vida. Indudablemente las palabras marcan mucho, más de lo que la gente cree.
Y por eso la palabra asilo ha pasado al almacén de las atrocidades humanas, esas que nadie quiere
recordar.
Lo que ocurre es que los seres humanos somos animales simbólicos por naturaleza,
y el símbolo más grandioso es la palabra. No podemos vivir sin nombrar las cosas y los seres. Y
así, nos encontramos que despojando al asilo de su contenido atroz le quitamos también el nombre.
Por eso necesitábamos otro. Y empezaron a llegar las propuestas. De las venerables ciencias de la
geriatría y de la
gerontología
nos llegaban los términos geriátrico,
gerontológico o gerontogeriátrico para así formar expresiones como centro
geriátrico o centro geronto-geriátrico, pero en los neologismos de origen científico
nunca encontramos la verdadera esencia de la vida humana: el amor. En esas expresiones hay verdad,
pero no hay sentimiento.
Así que buscamos en las palabras corrientes para intentar nombrar esas
instituciones que acogen a nuestros abuelos para dignificar un tanto su apagado final, y que no
olvidemos que dentro de esos cuerpos endurecidos y fragmentados, en esos cerebros agujereados, aún
late un corazón humano que un día no muy lejano nos dio la luz. Y de esta manera los centros, las
residencias, las instituciones se adjetivan con expresiones como ancianos, personas
mayores, tercera edad. Aunque con este díptico semántico nos estemos pasando un poco de
la raya y estemos entrando en las fronteras de lo cursi, el revés de lo tenebroso, que es de donde
venimos. Seamos sensibles, pero no demasiado. Tercera edad es un eufemismo que esconde de
otra forma a como se hacía en los asilos, pero igualmente opaca, la realidad de las cosas. No
caigamos en el almíbar. Nuestros ancianos son fuertes, son dignos, son robustos; no de cuerpo,
pero sí de alma. La palabra anciano también muestra fortaleza, dignidad, robustez. Sea
bienvenida para mencionar a nuestros abuelos. |